A partir de la necesidad de crear un nuevo Jardín Botánico, en el Parque del Infiernillo, Córdoba, en el barrio Quebrada Las Rosas, Mónica Bertolino, junto con Carlos Barrado realizan un dialogo entre el edificio contenedor y con la naturaleza contenida con el propósito de exhibirla.
En la implantación se opto por aprovechar la cañada natural para desarrollar un espejo de agua para reflejar los edificios e incorporando así la flora y fauna acuáticas a la colección del jardín.
El Jardín esta compuesto por distintos elementos contenedores. Los cuatro volúmenes que componen la construcción mantienen diferentes estéticas, pero apuestan a la unidad con el uso de la luz como medio de expresión.
El parque debía ser una expresión sensorial para los visitantes. Para conseguirlo tuvieron que colocar un sistema de pasillos, rampas, escaleras y pasarelas tanto interior como exterior. El juego de visuales que se van logrando a medida que se recorre el sitio son asombrosas.
El edificio a su vez se dividió en dos partes, una didáctica y otra de investigación. El didáctico cuenta con tres volúmenes diferenciados: el invernáculo, el aviario y la sala de exposiciones. En cambio en el volumen de investigación se encuentran: los laboratorios, las oficinas, la biblioteca, el herbario y el banco de germoplasma.
Estos sectores se vinculan a través de una plaza con un muro de hormigón plegado y áreas semicubiertas.
Los materiales más utilizados son el hormigón, la piedra, el vidrio, la madera.